Por Mauro Verzeletti
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Director de las Casas de Migrante, Guatemala y El Salvador
En el siglo XX, a partir de los años 1960, en América Central y América Latina, la historia fue escrita con la amplia participación popular. Recuerdo de las grandes utopías que movían al pueblo para construir movimientos sociales, estudiantiles y laborales; Comunidades Eclesiales de Base (CEBs) y las grandes movilizaciones populares reivindicando otro mundo posible.
Las posturas proféticas de las Conferencias de Obispos de América Latina, levantando sus voces en el combate a las estructuras injustas, deuda externa, Alianza para el Progreso y la implantación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA); la lucha valiente de los sin tierra, sin techo y sin trabajo; por último, partidos políticos que nacieron en defensa de los marginados, todo encaminado hacia una sociedad alternativa, en la conquista y defensa de los derechos y dignidad de la persona humana.
El pueblo luchador y esperanzado a través de la conciencia adquirida en defensa de los derechos humanos, desnudaron la cruda realidad forjada por la dictadura militar, persecución política, tortura y desapariciones forzadas; el empobrecimiento a causa del desempleo y subempleo; la precariedad de los servicios públicos; la concentración de renta en pocas manos generando el violento subdesarrollo, originando grandes cantidades de desplazados, refugiados y migrantes.
Con la visión dinámica y dialéctica de la historia, la lectura crítica de los libros bíblicos, la Palabra de Dios alimentada por la Teología de la Liberación (TdL), donde la utopía de las Bienaventuranzas del Reino, figuraban como horizonte utópico para los cambios estructurales. Todas las luchas siempre iluminadas por la teoría y praxis, que se besaban y abrazaban, hombres y mujeres hermanados en el gran sueño de vivir en paz.
El nuevo siglo ha llegado, sin embargo; hoy, la coyuntura de América Central tanto en lo económico, político y social, revela: desilusión/descrédito hacia los sistemas políticos; clima de apatía y frustración; fragilidad de los movimientos sociales frente al mercado total de la economía liberal globalizada; desencanto con los gobernantes elegidos; desinterés, indiferencia y decepción con los padres de la república; el abismo creciente por la promiscuidad entre los tres poderes, Legislativo, Ejecutivo y Judicial…
Ojalá, que el proceso electoral de este año pueda abrir un nuevo espacio para políticos con ética política, comprometidos con la justicia social, para evitar violencia estructural, que causa tanta pobreza y migraciones forzadas. El desafío está en esterilizar debidamente las herramientas oxidadas por gobiernos vendidos a estructuras criminales, al gran capital nacional y transnacional. Es la hora de crear/recrear la democracia popular, sin la injerencia política de la ultraderecha internacional capitalista. Las estructuras políticas cambian con la vivencia ética y con el componente FE-POLÍTICA, sin perder de vista al pueblo como sujeto de transformación.