Pbro. Mauro Verzeletti, C.S.
Director de la Casa del Migrante de Guatemala y El Salvador
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Para la mayoría de las personas y familias, la migración significa un golpe. Abre profundas heridas en la vida en los lugares de origen, durante el trayecto migratorio y en los lugares de destino. Es una aventura obligatoria, que ocurre en la mayor parte de los casos.
La salida, más allá de provocar lágrimas amargas, hace desangrar el alma, estremecer las entrañas, es un drama que va estar presente y marca toda la vida de la persona. Lo más doloroso es cortar las raíces, dejar el suelo donde están sepultados los ancestrales, deshacerse de la tierra que los vio nacer, donde han crecido y se desarrollaron como personas. ¡Quisiéramos o no, poseemos algo de un árbol! En el momento de la despedida, sufre el que se queda y sufre el que se va. La separación es siempre complicada, deja los sentimientos encontrados y el corazón partido. Se da inicio, además, un proceso de desintegración del núcleo familiar, donde la tendencia psicológica de la persona es encerrarse en ella misma. No es de extrañarse que la propia cohesión familiar y social se ve profundamente amenazada o destruida. Salir es aventurarse, casi siempre, hacia un mundo desconocido. La incertidumbre, la inseguridad y la inestabilidad en cuanto al futuro acompañan el equipaje del migrante que se ha quedado en su propia tierra natal, principalmente el que hace la experiencia por primera vez.
El tránsito del migrante se encuentra pleno de sorpresas y adversidades desagradables. Los costos son altísimos y el dinero es siempre poco. El encuentro/ desencuentro con los Coyotes/ o narcotraficantes; sin embargo, hace que la vida del migrante se haga más dramática, a veces, aún más trágica por la violencia criminal, la corrupción e impunidad. Son aves de rapiña que no dejan en paz al migrante, mientras no les quitan los últimos centavos que tienen en el bolsillo. “Traficantes de carne humana”, denunciaba Juan Bautista Scalabrini –“padre y apóstol de los migrantes”– a fines del siglo XIX. En seguida, se acumulan los problemas relacionados con la documentación y, contradictoriamente se da una nueva etapa, el encuentro/desencuentro con el personal y la burocracia de los sistemas migratorios restrictos. En ambos casos, piedras en el zapato del migrante –problemas con los Coyotes/narcotraficantes y con las autoridades migratorias– que jamás está descartada la posibilidad de la muerte, en un caso, y la deportación, en el otro caso. Eso sin hablar de la precariedad del transporte y de los albergues oficiales, de la criminalización por el hecho de migrar, no olvidándose de las desapariciones forzadas, muertes en desiertos, secuestros, ahogamientos en ríos y en el mar.