Marvin S. Otzoy
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Para nadie es un secreto hoy en día que el aporte migrante a la sobrevivencia económica del país es cada año más importante. Tal como lo indican las estadísticas macroeconómicas del sector externo que publica el Banco de Guatemala, en donde para el año 2018 las Remesas Familiares significaron un aporte esencial a la economía a través de los $9,287.8 millones de dólares estadounidenses, es decir aproximadamente Q70,773.0 millones de quetzales. Sabiendo que el total de las exportaciones del país para el mismo año significaron que ingresaron al país a través de las exportaciones de artículos de vestuario un total de $1,450.4; el banano produjo $815.5 millones; el café produjo $679.9 millones; el azúcar $633.2 millones. Estos principales productos de exportación en conjunto solamente aportan a Guatemala $3,579.0 millones. No llegan ni siquiera al cincuenta por ciento del aporte en remesas.
Bien lo publica un reportaje de La Hora Voz del Migrante en su edición del sábado 16 de febrero del corriente año, en donde menciona que las exportaciones de productos no tradicionales tuvieron que sumarse a las exportaciones tradicionales para ganarle al monto enviado por remesas de migrantes. En esas cifras radica la importancia de la creación de políticas públicas de verdadera atención a la comunidad que vive en el extranjero, ya que a esta diáspora hay que crearle tan siquiera las condiciones de acompañamiento dignas de la vida de un ser humano.
Analizando más detenidamente las estadísticas macroeconómicas y el comportamiento de la economía del país, me pregunto: ¿estamos haciendo un país más improductivo? ¿Será que el sistema se ha acomodado de tal manera que ha llegado a pensar que mejor ya no se trabaja porque llegarán las remesas a pagar las facturas de la familia? El uso que se le dan a las remesas en el consumo familiar es muy evidente.
Por lo tanto existe una preocupación latente de que el incremento en flujo de las remesas esté haciendo al país improductivo, a tal grado que más del 11% de la producción del país calculado a través del PIB (Producto Interno Bruto), es debido al aporte de la diáspora. La dependencia es dañina en el ambiente económico, ya que los ciclos históricamente se han cumplido siempre y se sabe que todo lo que sube tiende a bajar con el paso del tiempo y si las autoridades gubernamentales, entes privados, sistema no gubernamental no propician el efecto productivo de las remesas, que son como el petróleo en otras naciones y de la cual surgieron nuevas potencias económicas, el país dejará de haber aprovechado la época del oro verde que vienen a ser los dólares estadounidenses actualmente para el país.
Además, la preocupación de hacer una nación menos creativa al momento de buscar alternativas de producción es más alarmante debido a las consecuencias de vivir en el reino del conformismo, en donde es más cómodo y fácil alzar la mano y recibir las remesas que el querer multiplicarlas con proyectos innovadores. Repasando de nuevo las estadísticas macroeconómicas del sector externo me vuelvo a preguntar: ¿estaremos consintiendo a un país para que sea menos productivo? ¿Se ha conformado una buena parte de la nación a vivir de regalado? El aporte continuará. Pero… y si los países origen de las remesas ¿les imponen una losa impositiva muy pesada? Es mejor accionar que reaccionar.