Después de la segunda Guerra Mundial, un hombre llamado Juan Bautista Scalabrini, obispo de Piacenza (Italia), fundó la Congregación de los Misioneros Scalabrinianos para que sus miembros fuesen Samaritanos del camino y Sacramento de esperanza. En la estación de trenes de Milán y en sus numerosas visitas en las montañas áridas de su diócesis, abrió los ojos a la ausencia de su gente y su corazón al dolor de los que migraban forzadamente hacia América. Llegó a avergonzarse como creyente, ciudadano y obispo delante de la tragedia que vivían su gente por la miseria, el hambre y la pobreza. Respondió desde la Iglesia y sociedad civil a un drama que lo interpelaba como ser humano, la salida forzosa de millones de personas sin rumbo.
A distancia de siglos fuimos alcanzados por el clamor de un pueblo migrante en caravana, desterrado, acosado y perseguido, desesperado saliendo de la peor crisis socio- económico y política de la historia de la región Centro América.
En caravanas rompen fronteras, vallas y barreras, con la esperanza atrincherada sueñan y superan divisiones, rechazos; cargan en el cuello a las niñas y niños, son padres y madres con los ojos llenos de brillo, sueñan en alcanzar un futuro mejor para los pequeños inocentes golpeados duramente por la pobreza y violencia.
Desde 1985 los Cireneos empezaron un camino de solidaridad sin fronteras, ayudando a migrantes y refugiados a cargar la Cruz a través de la construcción de la primera Casa del Migrante, en la frontera EE. UU. – México, y más tarde en la frontera con México – Guatemala y Ciudad Capital. El primer paso de los Misioneros Scalabrinianos, fue hacernos santuarios de hospitalidad y acogida para aquellos que caminan perdidos y desesperados, como “para darle cuerpo al sueño derrotado”.
Es respuesta al mandato y al reto que nos dejó el Beato Scalabrini, Padre de los Migrantes: “Donde el pueblo sufre y lucha, ahí tiene que estar la Iglesia”. Los migrantes en caravana luchan por la sobrevivencia y el pan de cada día, porque en el país de origen la dignidad está pisoteada y claman por libertad más allá de las fronteras. Porque siguen apostando que Dios continúa moldeando la creación a través del sueño de un nuevo amanecer.
El sueño forja la historia en cada paso del peregrinar de los migrantes y refugiados, está estampado el sello de la utopía sin frontera en el jardín de la Resurrección, porque acontece el milagro de la sobrevivencia cuando cruzan las fronteras de la indiferencia, odio y racismo. Felices Pascua de Resurrección a todas las amigas y amigos, Organizaciones Nacionales e Internacionales y colaboradores de las Casas del Migrante.