Marco Antonio Lorenzana
Mucho se ha hablado ya sobre este tema, sin embargo, considero no se ha discutido lo suficiente dejando en la indiferencia el daño al andrajo social.
La extracción química de metales en Guatemala es un tema que ha tenido pináculo en estos últimos tiempos, particularmente por la situación en que se encuentra la empresa Minera San Rafael, S.A. situada en el municipio de San Rafael Las Flores, departamento de Santa Rosa. Hasta el 2011 en que iniciaron los trabajos de minería en el municipio, este era uno como cualquier otro del país, dedicado a la agricultura como la gran mayoría. Actualmente, el municipio se encuentra sumergido en un desequilibrio social que ni las regalías obligatorias mucho menos las voluntarias pueden solucionar.
La reproducción económica que una actividad de esta naturaleza genera es incalculable, incalculable porque a pesar de los reportes económicos que se reflejan y que en estos últimos días de noticias hemos podido apreciar por tantos medios de comunicación, hay mucho “beneficio” intangible, es decir, mucha generación indirecta de economía. Tal como es incalculable percibir los “beneficios” generados, así mismo son incalculables las consecuencias e impactos que genera y que hemos percibido últimamente. En esta oportunidad solo trataremos uno: EL TEJIDO SOCIAL, ¿es acaso con dinero que reparamos una sociedad dividida? ¿Es acaso con dinero que reconstruimos un tejido social que se constituyó con años de trabajo, de generación en generación? Ciertamente, con los ingresos económicos (que dicho sea de paso son mínimos en contraposición a lo generado) que percibe el Estado de Guatemala y los municipios que se encuentran en el área de influencia pueden desarrollarse programas de infraestructura, salud, educación, generación de empleo, etc. Eso no es un secreto para nadie, sin embargo, de qué sirve la obra gris, la salud, la educación y el empleo, si la gente no puede disfrutar plenamente de esos derechos humanos por la falta de cohesión social y falta de paz. ¿Quién reparará el tejido social, corazones, familias, comunidades, municipios y un país dividido? ¿Existe acaso un termómetro para medir la destrucción del tejido social? ¿En qué programa de desarrollo se debe invertir para decirles a los hijos que están contra sus padres, a los feligreses contra sus guías espirituales, a los gobernados con los gobernantes que se reconstruya ese lazo de unidad y hermandad? Para muchos la conflictividad es la falta de información.