Pbro. Mauro Verzeletti, C. S.
Director de la Casa del Migrante Guatemala y El Salvador
Vivimos en un mundo globalizado donde el modelo económico de mercado neoliberal excluye a migrantes, refugiados, desplazados o solicitante de protección internacional de forma despiadada. Desde esta lógica, podemos afirmar que los grandes movimientos migratorios se constituyen, hoy, en verdaderos signos de los tiempos.
En un contexto de éxodo global, las periferias de Centroamérica están de camino, rompiendo con leyes hipócritas y discriminatorias, donde brincan muros y mares, empujados por una lucha de sobrevivencia delante de una dignidad que les fue robada en sus países y los ha reducido a blancos de conflictos, a simples residuales en la lógica de un modelo económico que ha fracasado, víctimas sacrificadas en el altar del mercado neoliberal.
Es una apuesta lanzada donde, hoy, ningún país puede considerarse neutral. Los flujos migratorios han inventado rutas distintas, tocan a puertas que parecen de bronce, irrumpen las fronteras pidiendo un trozo de pan.
La osadía del migrante es visibilizar su rostro en una sociedad indiferente, para iluminar la noche, prender la antorcha de solidaridad y rompen fronteras, para no quedarse atrapados en las jaulas de leyes y políticas migratorias injustas.
Los grandes ideales nunca se miden por el poder económico o estadístico y, tampoco se puede creer que el corazón que escucha a diario los dramas de muertes y desafíos de vida, pueda dejar de abrirse y abrazar al recién llegado.
Comparto el testimonio de una mamá migrante con tres hijos: ‘…sepan ustedes que nosotros cargamos nuestro ataúd en la espalda cada día, porque en cualquier momento y cualquier lugar puede ser nuestro cementerio… nos impulsa a salir al descubierto y tender la mano pidiendo un gesto de hospitalidad. Pedimos una gota de agua, para que el desierto no avance más; pedimos una migaja de pan para que el hambre pare su chillido; pedimos un tejaban, para que la lluvia no selle nuestra tristeza… un chaleco salvavidas para que el mar ya no sea nuestro cementerio sin cruces’.
Cuando matamos los sueños del migrante, matamos la utopía de la humanidad, única ventana abierta del mañana, porque delante de todo tipo de muro, el mismo migrante inventará alas y rebasará. Sin embargo, su dignidad es robada cuando los encarcelan, los esposan y los deportan injustamente como delincuentes o criminales, negándoles el derecho a migrar. El clamor del migrante es por una patria sin fronteras que les dé tierra, techo, trabajo y amistad.