Pbro. Mauro Verzeletti, cs
Director de la Casa del Migrante Guatemala y El Salvador
En tiempos de pandemia ha aumentado el drama de las personas migrantes y solicitantes de protección internacional. El contexto actual es complejo y de incertidumbre. Este no es tiempo para las fronteras del egoísmo, de la indiferencia, racismo y odio; más bien es tiempo propicio para amar, servir y compartir con los más necesitados. Jesús nos pide que vivamos la solidaridad con el otro gratuitamente, tal como se expresa en el Evangelio de San Mateo 12, 31 bajo el criterio; “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
En pleno siglo XXI la humanidad aún no ha corregido el rumbo de las políticas sociales, todavía existen muchas causas y factores que obligan las personas a migrar en la búsqueda de mejores oportunidades de vida. Los flujos migratorios se dan por causas estructurales y un sistema económico injusto. Los miedos y prejuicios son impuestos por un sistema de mercado desordenado y antisocial que excluye y explota. Bajo la dictadura de un sistema de mercado neoliberal, las personas en movilidad son etiquetadas como criminales, terrorista y delincuentes.
En un mundo globalizado no podemos permitir que se levanten más muros y fronteras, las naciones deben de construir puentes de unidad para proteger, defender e integrar a la población migrante. En tiempos de pandemia las políticas bilaterales y multilaterales tienen que cambiar radicalmente, reconstruir el tejido social a partir de los derechos económicos, políticos, sociales, culturales y ambientales, priorizando el bien común universal. El amor gratuito es el camino verdadero para construir la comunión solidaria universal, sin fronteras.
Las políticas migratorias tienen que ser más conscientes y de pleno respeto a los derechos humanos, ya que el actual sistema migratorio en los países de tránsito y destino, no responden a las necesidades de las personas que migran; y los países de origen necesitan estar más cerca de los migrantes, para protegerlos y acompañarlos.
Los migrantes necesitan comprensión y protección para vivir en paz y desarrollarse integralmente a donde sea que vayan; ya basta de tanta maldad y juegos políticos perversos en contra los migrantes y refugiados; es necesario “crecer humanamente para compartir” e “involucrarse al drama humano para promover”, como lo pide el Papa Francisco.
La pandemia golpeó a todos, por lo que hago un llamado para que se amplíe la ruta de protección de mujeres, niñas, niños, adolescentes, trabajadores y trabajadoras migrantes y sus familiares. Según el sistema de Naciones Unidas, son 272 millones de personas las que viven fuera de su lugar de origen, 25 millones son refugiadas, de los cuales el 52% son niños, niñas y adolescentes, y 80 millones son desplazados. Muchos migrantes y refugiados siguen viviendo situaciones de abandono, siendo víctimas de trata de personas, explotación y rechazo.
Un mundo de hermandad y paz solo puede ser posible con políticas económicas internacionales solidarias y justas, en donde la verdad y la fraternidad sean el pan de cada día promovido desde las políticas que den una ecuánime distribución de las riquezas. El Reino de Dios será realidad cuando el pan de la fraternidad compartido esté en la mesa de los pobres.