Gracias a este salvadoreño cientos de personas han recibido equipo médico

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Margarita Girón
Margarita Girón
Periodista y futura comunicadora de la Universidad de San Carlos de Guatemala, reportera para el Diario La Hora y La Hora Voz del migrante. Realiza materiales periodísticos enfocados a la comunidad guatemalteca en Estados Unidos. Madre y mujer comprometida con las causas que luchan por una Guatemala digna.

POR CLAUDIA PALACIOS
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Reinaldo Carballo habla de la obra humanitaria que realizó por 21 años como si se tratara de un acto pequeño. Es modesto. Su trabajo benefició y continúa ayudando a personas en lugares a millas de distancia, como Sierra Leona y Etiopía. También ha llegado a Latinoamérica. Este salvadoreño que vivió en las calles durante un tiempo, luego de que una bala que todavía sigue alojada en su espalda lo obligara a utilizar una silla de ruedas de por vida, ha donado tiempo y trabajo para personas que nunca conocerá, pero que gracias a él recibirán de forma gratuita el equipo médico que nunca hubieran podido costearse por sus propios medios.

_EL SALVADOR 2Carballo nació y creció en Usulután, El Salvador. Vivió la cruenta guerra civil de ese país y también estuvo ahí durante el inicio de las conversaciones de paz. En 1990 el fin del conflicto armado se acercaba pero el desarrollo no llegaba. Así que como muchos salvadoreños, con 18 años, decidió viajar a Estados Unidos con un grupo de amigos.

Tenía apenas dos años de vivir en ese país cuando el sueño americano se le vino abajo: una bala en la espalda se lo arrebató.

En una silla de ruedas y sin papeles las posibilidades de encontrar trabajo se volvieron mínimas. Algunos amigos “lo adoptaron” y ayudaron, pero eventualmente tuvo que vivir en la calle.

Fue en ese momento de su vida, cuando todo iba mal, que encontró la Wheelchair Society, una fundación que donaba equipo médico de forma gratuita a personas del área de Washington. Llegó ahí buscando una silla de ruedas nueva, porque la que tenía no era suya y tenía las llantas arruinadas, pero terminó encontrando la mejor forma de olvidar la situación por la que estaba atravesando.

“Alguien me comentó que había un lugar donde ellos brindaban equipo –médico- y fue entonces donde yo conocí lo que era el local –de la Fundación-. Ellos no me cobraron, no aporté ningún cinco y empecé a ayudar. Les dije que, si no les importaba, me gustaría ayudar. Y quizá no me creyeron, pero comencé a llegar una vez por semana o dos veces por semana y comencé a hacerlo como una rutina”, explica.

“Era una forma de vida diferente, no tenía un lugar donde vivir y esta rutina me mantenía fuera de la calle y de encontrarme con vicios, y mejorar la condición en donde me encontraba”, agrega.

Comenzó ayudando en el taller donde se evaluaba y reparaba el equipo médico antes de ser donado. “Nosotros conectábamos el equipo médico. Lo recibíamos de distintas formas: lo traían de los hospitales o personas que fallecían, sus familiares donaban el equipo. El equipo se evaluaba de forma de que estuviera bajo las normas del estado.”

Sin embargo, no todo el equipo se podía donar debido a las regulaciones de seguridad de Washington, que son restrictivas en cuanto a las modificaciones que se podían hacer a las máquinas, por lo que muchas cosas terminaban siendo botadas.

“Entonces se comenzó a dar la oportunidad de conectar el equipo en vez de botarlo, para llevarlo a otros países donde las normas sí permitían que se utilizaran. Entonces, lo clasificábamos, lo llevábamos al taller y así diferentes instituciones comenzaron a colectarlos y enviarlos a otros países”, recuerda.

Fue así como Carballo se quedó a cargo del equipo que reparaba las máquinas para mandarlas a África y Latinoamérica. Dedicó seis horas de su día a esa tarea por 21 años. Trabajaba en el taller de las 14:00 horas a las 20:00 sin salario, y el resto del tiempo lo utilizaba reparando computadoras para ganar dinero.

Hace dos años la rutina acabó. El fundador de la fundación murió y el taller cerró.

Pero Carballo no ha dejado de trabajar reparando equipo médico. Los contactos que hizo mientras estaba en la Wheelchair Society lo siguen buscando y él sigue dedicando gran parte de su tiempo a ayudar a personas al otro lado del mundo.

Aunque su economía y su salud atraviesan un momento difícil, la motivación que lo inspiró a comenzar a trabajar para otros sigue presente: “En la fundación, desde mi jefe hasta algunos compañeros que ayudaban tenían alguna discapacidad y pues, todo lo que sea aportar a personas que pasan por esa misma situación es una motivación”, indica.

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