Pbro. Mauro Verzeletti, cs
Director de la Casa del Migrante en Guatemala y El Salvador
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La emergencia y el uso de la palabra –feminicidio–constituyen en uno los signos de los tiempos más evidentes que vivimos. Hacemos lo mismo, en relación al racismo y otros estigmas de género que producimos cotidianamente. Navegamos en la superficie de las aguas en los acontecimientos que ocurren a diario, con el miedo del buceo o en el contacto de la mirada, en las dudas y preguntas, en las inquietudes y consecuencias en las corrientes más profundas que van rompiendo el tejido social. El machismo está amarrado en la sociedad patriarcal desde los tiempos antiguos. Comportamiento desequilibrado y, en el fondo, dudoso y temeroso de la virilidad del hombre-macho. Se grita y se levanta el brazo para espantar el miedo, la cobardía y la debilidad oculta. El machismo representa la negación del propio concepto de hombre, como compañero de la mujer. La violencia en la ruta migratoria tiene como característica la humillación, los traumas psicológicos por vida, especialmente donde las víctimas directas son las mujeres y las niñas.
En la ruta migratoria los ejemplos de feminicidio son abundantes y de una crueldad indignante, donde los asesinatos son perpetrados por grupos de tratantes y criminales en contra de las mujeres que sueñan en proporcionarles un futuro digno a sus hijas e hijos.
La violencia gratuita ciega y bárbara adquiere un rostro extremadamente feroz, brutal y sombrío. En la ruta migratoria, el estupro ha ocupado un espacio muy importante en los principales noticieros de la región, con una serie de manifestaciones en defensa de las mujeres. Lo que asusta es la modalidad de los hechos, donde los grupos criminales tienen el derecho de posesión sobre la mujer, imponiéndole una sumisión absoluta, a tal punto que la mujer se encuentra en una jaula sin salida, atrapada en una realidad de extrema vulnerabilidad.
Dos observaciones con urgencia: La primera; tiene que ver la banalización de la dignidad del ser mujer, en lugar de promover los derechos humanos y ayudar a construir el proyecto de vida soñado, lo que está en juego es una especie de experimento como un objeto de cama y mesa, lo cual tiene su origen en los intereses económicos. Resulta en muchos casos el uso y abuso de la persona, enseguida como una mercancía de compra y venta. La segunda; se refiere la banalización de la violencia –los golpes, la tortura, las marcas en el cuerpo, la ocultación de la realidad– todo eso hace pensar en el retroceso y acciones bárbaras en las relaciones de dominación y explotación, del hombre sobre la mujer.
En fin, ¿no sería el momento oportuno que gobiernos, iglesias, instituciones, movimientos populares, levanten la voz en contra de tales crímenes de lesa humanidad?