POR DOUGLAS GÁMEZ
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Los lectores podrán encontrar esta semana en la edición de La Hora Voz del Migrante la historia de Samanta, una pequeña a la que como país le hemos fallado y que junto con su familia sobreviven enfrentando muchas dificultades.
Samanta retrata la pobreza y desigualdad que aqueja a nuestra niñez, así como el abandono de parte de las instituciones a su capital más valioso y por quienes las autoridades dicen trabajar.
Al empezar a leer la historia redactada por mi compañera Grecia Ortíz y observar las fotografías tomadas por Christian Gutiérrez para ilustrarla, tras una visita que hicieron a varias familias en Santa Rosa, además de percatarme del gran trabajo que han realizado, no puedo dejar de sentir tristeza y reflexionar.
Cuando leí las dificultades que pasan sus papás para darle de comer a Samanta, inmediatamente se me vino a la mente la imagen de mi sobrina más pequeña. El dinero no sobra, pero tiene su alimentación cuando ella lo requiere, ya que sus papás cuentan con las oportunidades y posibilidades de cubrir sus necesidades.
El objetivo no es solo entristecernos o sentir lástima por las personas, contar estas historias es para que reflexionemos como sociedad y de una vez por todas condenemos y rechacemos las prácticas que permiten la continuidad de esos círculos viciosos.
Samanta necesita cubrir sus tres tiempos de alimentación, con calidad y nutrición, estudiar y aprender las herramientas necesarias para salir adelante.
Mis compañeros pudieron ver a Samanta porque no fue a estudiar ese día, ya que el Sindicato socializaba el Pacto Colectivo entre los maestros. La niñez no puede seguir quedándose en segundo plano, deben ser el centro de nuestra atención y esfuerzos.
Insisto, no podemos vivir tranquilos aunque accedamos a servicios y algunas oportunidades, mientras existan un gran porcentaje de niños excluidos como Samanta.
Si continuamos dejándolos así, no podemos esperar un futuro adelantador, estamos condenando a nuestros pequeños a una vida de sufrimiento y dolor, la cual trasladarán a sus hijos.
Nosotros ya no veremos los cambios, pero Samanta sí, si nos lo proponemos y ella podrá ser quien guíe a la siguiente generación alcanzar el país con el que hemos soñado. La historia de Samanta conmueve y nos deja la espinita que no podemos seguir tolerando las malas prácticas y el descaro frente a un pueblo que merece condiciones mejores.