Ximena Enríquez
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Un 19 de octubre Bancafé cerró sus puertas para siempre. Sus 1.4 millones de clientes locales recuperaron sus depósitos, pero los 3 mil 300 de la offshore perdieron US$150 millones. Y no se han resignado. Once años después persisten en su lucha.
Los clientes de Bancafe International Bank (BIB) aún recuerdan los días posteriores a la suspensión de Banco del Café. De inmediato, las autoridades bancarias anunciaron que todos los depósitos estaban garantizados y que no había nada de qué preocuparse. Todo el dinero se devolvería. Claro, el de los clientes locales.
Desde el primer momento los cuentahabientes de BIB quedaron en el limbo y han estado allí once años. El 20 de octubre, día en que el público conoció de la suspensión, todos los que tenían cuentas en el banco llegaron a las oficinas centrales, la Torre del País en la zona 9, y se formaron en colas interminables para exigir su dinero. El ejercicio se repitió varios días.
En las filas, los clientes de BIB se reconocieron y así fue como comenzaron a organizarse. Uno de ellos era dueño de una bodega en Cuatro Grados Norte en la zona 4 y la ofreció como punto de reunión. Hoy ese espacio le pertenece a La Erre.
Más de 200 personas se presentaron y comenzó el debate: ¿qué hacer? Unos proponían publicar campos pagados, pero no recolectaron suficiente dinero para pagarlos. Otros, demandar. Y no faltó quienes proponían confrontar a los accionistas del banco o asistir a los mítines de Eduardo González Castillo, entonces candidato presidencial de la Gran Alianza Nacional (Gana). Esto último lo lograron. Se reunieron al menos dos veces con el expresidente de Bancafé, quien los atendió en la casa de campaña del partido y respondió a sus dudas. Pero sólo eso.
González escuchó sus quejas, sus demandas y los insultos, y no faltó quien amenazara con matarlo o con suicidarse ante la situación. Él aseguró que había suficientes fondos en el banco para resarcirlos, pero Corfina –la entidad encargada de liquidarlo–, nunca les pagó.
Hoy, once años después, siguen en la lucha. Peritajes del Ministerio Público (MP) aseguran que en el Fondo para la Protección del Ahorrante (Fopa), administrado por el Banco de Guatemala (Banguat), están los millones de quetzales que necesitan para pagarles. Sin embargo, la fuerza con la que comenzaron parece haber mutado a una resignación.
De los 3 mil 300 clientes afectados, 300 han muerto. El resto aprendió a vivir sin esa plata o volvió al trabajo. Muchos destinarían esos fondos para su jubilación, hoy viven esta etapa en austeridad. Otros saben que trabajarán hasta el último momento.
ESTAS SON SUS HISTORIAS
DEL PARAÍSO AL PURGATORIO
La mañana en la que Ángel Castro recogió el periódico y leyó que habían suspendido Bancafé pensó que era un montaje centrado en la candidatura presidencial de Eduardo González. Él imaginó que dos o tres días después el banquero (en ese entonces mano derecha del presidente Óscar Berger) aparecería en caballo blanco anunciando que había salvado a Bancafé y eso aumentaría sus índices de popularidad. Pero eso no pasó nunca, fue una broma.
Castro es el cliente que perdió más dinero en toda la estafa de BIB. No revela cuánto pero fueron millones de quetzales. Esos fondos eran producto de una vida entera de trabajo, de una carrera empresarial exitosa que construyó desde cero.
Este comerciante nació en Zacapa en condiciones de pobreza extrema. Su tío lo trataba como un esclavo, lo obligó a trabajar sin paga durante siete años. Vivía en tales condiciones que no tuvo un par de zapatos hasta los 15 años. A los 16 migró a la capital y su primer trabajo fue de ayudante de albañil en la construcción del Banguat por un sueldo diario de Q0.96. Hoy le parece irónico pensar que ayudó a poner los ladrillos de la institución que tiene secuestrado su dinero en el Fopa.
A los 18 años conoció a un comerciante español que lo ayudó a entrar al negocio de venta de telas japonesas y para los 20 años ya ganaba el equivalente a US$5 mil mensuales. Comenzó a estudiar derecho y llegó hasta quinto año, pero dejó la universidad porque sus negocios demandaban todo su tiempo.
En 1973, fundó Paraíso Infantil, la tienda de ropa de bebés en la sexta avenida de la zona 1. En 1990 abrió la cadena 9.99 y llegó a importar hasta 100 contenedores anuales llenos de baratijas chinas, y con eso multiplicar su fortuna.
Fue en 1999, cuando abrió su primera cuenta en BIB. Recuerda que llegó a depositar tanto dinero que el propio Eduardo González lo atendió. “Hace 20 años, conseguir dólares en Guatemala era un hecho que se celebraba”, asegura. Y él los necesitaba porque todos sus negocios eran con comerciantes en China y Estados Unidos.
Dentro de Bancafé, se convirtió en cliente VIP. Lo atendían en unas oficinas privadas en Europlaza donde le ofrecían desde café hasta vino. Recuerda que iba allí una o dos veces por semana a depositar sus ganancias.
Hoy, a sus 70 años, dice estar cansado de este caso. Es el único cuentahabiente de los más de 3 mil que se adhirió al proceso como querellante adhesivo. El primer año de litigio contrató a un abogado, pero tuvo que prescindir de sus servicios porque no podía costear sus honorarios. Asegura que si hubiese pagado defensa durante la última década, habría desembolsado al menos Q10 millones.
Al comprender que el cierre del banco era definitivo, su primera preocupación fue cómo les pagaría a sus socios chinos y estadounidenses la mercancía. Los chinos fueron comprensivos, absorbieron parte de la pérdida con su seguro. Los otros no. Castro pasó de tener una planilla de 160 empleados a una de nueve. De los dos grandes locales que tiene en la sexta avenida, uno aún vende baratijas mientras el otro, sólo almacena polvo.
La suspensión del banco trajo abajo sus negocios y deterioró su salud. Cada mes gasta más de Q4 mil en medicinas, doctores y exámenes. Toma pastillas para la presión, para el corazón y para dormir. No ha conciliado el sueño, desde ese 20 de octubre de 2006.
Su fe en recuperar el resto de sus fondos es casi nula, pero persiste por honor. Le ofende que lo engañaran y que los sindicados y sus familias, afirma, conserven sus fortunas. Por eso, no claudicará en esta batalla que cada día le cobra un poco de vida.
UN SUEÑO FALLIDO
A los 51 años, Vladimiro Flores conoció el desempleo. Blue Bird, la empresa de camionetas para la que trabajaba, cerró operaciones en Guatemala y él perdió su trabajo como jefe de personal. No encontró alternativas y en 1983 decidió migrar hacia Estados Unidos en busca del sueño americano. Se fue con una visa de turista que duraba tres meses y se quedó 23 años. Al año de estar allí, su esposa Irma Yolanda lo alcanzó y se incorporó a la fuerza laboral tras muchos años de vivir como ama de casa.
“Pasé de tener un puesto de escritorio aquí en Guatemala a limpiar baños como conserje en Nueva York. Trabajaba 12 horas diarias”, cuenta hoy a los 85 años. Sus ahorros los enviaba a Guatemala donde vivían sus dos hijos. Parte de esos fondos terminó en una cuenta en quetzales en Bancafé y el resto en BIB, ambas administradas por su hijo mayor, Darwin. Los Flores aseguran desconocer que su dinero estaba en una offshore. El pagaré y los documentos estaban en inglés, Darwin no hablaba el idioma y no comprendió exactamente qué había firmado. Él creía que los ahorros de sus padres estaban en una cuenta de Bancafé local.
En mayo de 2006, tras 23 años en Nueva York, los esposos de 74 y 64 años regresaron a Guatemala con el propósito de jubilarse, pero la satisfacción apenas duró cinco meses. En octubre la Junta Monetaria y la Superintendencia de Bancos suspendieron a Bancafé.
Los Flores se abstienen de comentar cuánto perdieron, pero lo resumen de esta manera. Con lo recuperado lograron adquirir una casa en Mixco. Punto.
La más afectada es Irma Yolanda, hoy de 75 años. Su cuerpo desarrolló diabetes, presión alta y depresión. No pasa un solo día en el que no pregunte: “¿cuánto falta para recuperar el dinero?”.
Los esposos viven de la pensión del IGSS que tenía Vladimiro y de una jubilación que recibe porque formó parte de Unión 32BJ, un sindicato de empleados de servicios (conserjes, agentes de seguridad, conductores de buses, porteros, entre otros) en Nueva York. Sin embargo, desde hace más de un año no recibe su cheque porque no hay servicio de correo. Tiene más de 12 cheques acumulados perdidos en las oficinas postales.
Los Flores dejaron de asistir a las reuniones en las que participaban otros cuentahabientes estafados. Se comunican de vez en cuando. Aun así, Vladimiro confía en recuperar el 75 por ciento que le adeuda BIB.
EN PRIMERA LÍNEA
Roberto de León aún recuerda los días en los que lo atendían como cliente importante en Bancafé. Llegaba a la Torre del País, subía al quinto nivel –sin hacer colas– y le ofrecían alguna bebida y galletas, mientras esperaba pocos minutos a su asesor financiero. Pero el trato en los días sucesivos al cierre del banco fue un golpe: Corfina, la entidad encargada de la liquidación, atendía a los cuentahabientes en el sótano del banco, las colas eran interminables y les cobraban parqueo.
De León tenía 34 años cuando cerraron el banco y perdió US$80 mil en BIB. Este cineasta, propietario de la productora New Vision, no se quedó quieto. Al día siguiente de la suspensión tomó una cámara, un micrófono y junto con su amigo Jorge Dighero –también víctima de BIB– tomaron unos carnets de prensa que guardaba en su oficina y se dirigieron a las conferencias de prensa en el Banco de Guatemala.
Ambos confrontaron al superintendente de bancos Willy Zapata y a la presidenta del Banguat María Antonieta de Bonilla en numerosas ocasiones. Algunas veces los expulsaron de las actividades o las autoridades terminaron sus conferencias de romplón. Y si los encontraban en lugares públicos, como restaurantes y cafés, los abucheaban.
A principios de noviembre de 2006, varios cuentahabientes de BIB se infiltraron a un mitin en la casa de campaña de la Gana con la intención de insultar a González, pero la oportunidad no se dio. El banquero subió a la tarima, tomó el micrófono y anunció que retiraba su candidatura presidencial. Allí terminó todo.
Los dos amigos visitaron a Eduardo González en su casa y luego en la cárcel. Siempre los atendió y les aseguró que el banco tenía suficientes activos para devolverle su dinero a los cuentahabientes de BIB. Pero Corfina dijo que no, porque sus cuentas estaban en la offshore.
Este cineasta vio su negocio quebrar junto al banco. Su cuenta de BIB era donde guardaba todos los fondos de New Vision. Tan solo 48 horas antes del cierre había depositado US$20 mil de su último proyecto comercial. Cerró octubre sin dinero para pagar los sueldos de ese mes. Logró levantar la productora con dos préstamos personales de Q10 mil.
A la fecha ha recuperado US$17 mil y confía en obtener más. La comunicación con los demás cuentahabientes se limita a su amigo Jorge Dighero que también espera recuperar su plata.
UNA OBSESIÓN
Lucrecia Lara, aún recuerda la obsesión vivida durante los meses posteriores al cierre de Bancafé. Pensaba en el banco desde que abría los ojos hasta que se iba a dormir, si lograba conciliar el sueño.
La manía llegó al punto de conseguir las direcciones de todos los inmuebles registrados a nombre del banco y de sus directivos, y todos los días tomaba su carro y manejaba frente a ellos. Recorrió la ciudad completa decenas de veces para observar las propiedades. Soñaba con apoderarse de alguna y así resarcirse, hasta que recurrió a un psiquiatra para controlar este patrón.
Lara perdió US$62 mil en BIB, de los cuales US$50 mil eran sus ahorros de 28 años de trabajar en una embajada y US$12 mil, la herencia que le dejó su padre recién fallecido en ese mismo 2006. Este dinero sería su fondo de retiro porque no recibiría una pensión.
Tres años atrás ella guardaba su dinero en otra offshore que le pagaba 3% de interés. Se convenció de trasladar sus fondos a BIB porque quedó encantada con su servicio al cliente y, además, le pagaban 5% de interés.
“Meses antes una amiga se me acercó en Misa y me preguntó: ¿Ya te enteraste que quebró Bancafé? No lo creí, pero había rumores”, cuenta. Y en ese momento, Lara tenía suficientes problemas en su vida por culpa de un proceso de divorcio.
La estafa la hizo cambiar su vida por completo, la convirtió en una persona austera. Dejó de viajar dos veces al año, cambió su carro nuevo por uno usado, vendió su casa porque el costo del mantenimiento era muy alto y adquirió un apartamento de una habitación en la zona 14.
A sus 62 años conserva su empleo en la sede diplomática –en la cual ha estado 34 años– y se quedará allí mientras pueda seguir trabajando. Al igual que otros cuentahabientes, recuerda sus caras y nombres de pila, pero ya no mantiene comunicación con ellos.
A la fecha, ha recuperado US$15 mil y confía en obtener el resto.
LA JUBILACIÓN QUE SE ESFUMÓ
A sus 62 años, Alfonso de León esperaba ya estar retirado y disfrutando de sus ahorros de más de 20 años de trabajo. Pero su fondo de pensión privado estaba depositado en BIB y tras el cierre del banco, ese sueño se evaporó. De León es un ingeniero civil que ha dedicado su vida a construir puentes viales.
No revela cuánto perdió en la offshore de Bancafé, pero asegura que era suficiente para retirarse a los 55 años, como se lo había fijado. El golpe le llegó cuatro años antes de su meta, tenía 51 en 2006. Pasó semanas completas en negación. Él era un cuentahabiente juicioso que revisaba los boletines de la SIB con frecuencia y estos decían que todo estaba bien. Además, le dio seguimiento a las conferencias en las que Willy Zapata certificaba una y otra vez que ese era un banco sólido y que sus clientes estaban seguros.
Lo primero que hizo al saber de la suspensión fue intentar localizar a su asesor financiero. Ese 20 de octubre lo encontró en el lugar menos esperado: en la cola fuera de Bancafé. No olvida que el hombre lloraba porque había depositado el dinero de toda su familia en BIB.
“No creo en la Superintendencia, en los bancos ni en el sistema financiero”, asevera. Su escepticismo es fuerte. “¿Por qué nos excluyeron? No pueden decirnos que nuestros fondos estaban fuera porque BIB era parte del Grupo”, reclama.
A la fecha, sigue trabajando para la misma constructora en la que ha estado la mayor parte de su vida. Su tiempo en familia es limitado porque pasa los cinco días de la semana en el interior del país supervisando las obras. Esta labor la hará hasta el último día que pueda. No logrará el retiro añorado, tampoco espera recuperar su fondo de pensiones depositado en BIB.
MADRE E HIJO
Gisela Castro era un cliente VIP de BIB que su asesor financiero la visitaba y atendía en casa. Su fortuna provenía de una herencia. Ella dedicó buena parte de su juventud en cuidar a una tía que al morir le dejó efectivo y varias propiedades.
Ella ahorró el dinero pensando en mañana –vejez, jubilación, retiro– y en sus dos hijos. Se dio algún gusto al principio, pero el resto lo guardó en el banco. Eligió BIB porque creyó que tener sus fondos en dólares le daría mayor estabilidad a su capital. Además, dividió su dinero en cinco cuentas y durante años las vio ganar intereses. Hasta ese 20 de octubre que su hijo menor, Manuel Álvarez, le mostró el titular de prensa que anunciaba el cierre del banco.
Desde ese día, ambos emprendieron una cruzada por recobrar lo perdido. Se convirtieron en los miembros más activos del grupo de cuentahabientes y en los promotores de la “romería de Bancafé”. Solicitan y asisten a reuniones con funcionarios que creen pueden apoyarlos a recuperar su dinero. La lista la encabeza la fiscal general Thelma Aldana y el superintendente de bancos José Alejandro Arévalo, e incluye al comisionado Iván Velásquez. Pero ninguna puerta se ha abierto.
Recuerdan haber asistido a los mítines de la Gana cuando Eduardo González era candidato presidencial y a reuniones en el Banguat cuando María Antonieta de Bonilla lo presidía. En una ocasión uno de los integrantes del grupo salió tan molesto que tomó piedras y ladrillos y los lanzó hacia la fachada del banco. Rompió más de alguna ventana.
Para este punto no solo conocen las oficinas de todos aquellos que podrían darles respuesta sino también los parqueos y sus tarifas. Se quejan de que han invertido miles de quetzales en estacionamientos y los resultados son los mismos: nada. Reclaman que Willy Zapata, el superintendente de entonces, nunca les hubiera dado la cara.
Ellos fueron parte del grupo que asistió a la audiencia de 2013 en la que creían serían resarcidos. Recuerdan que fueron los últimos en permanecer en la sala, puesto que al intuir que el juez fallaría en su contra, el resto de cuentahabientes se retiró paulatinamente. Cuando el juez Walter Villatoro concluyó la cita, la prensa quiso buscar las reacciones de las víctimas y ellos eran los únicos presentes.
Pese a que no se han reunido desde 2015, Álvarez mantiene la comunicación del grupo. Organizó un grupo en Yahoo desde 2006 y a la fecha lo usan para contactarse. Su madre vive de las rentas de sus propiedades y mantiene la esperanza de recuperar lo perdido. No precisa cuánto fue, solo que se trata de un monto mayor a Q200 mil.
EL VUELO MÁS CARO DE SU VIDA
La madrugada del 20 de octubre de 2006, Gustavo Contreras encontró una primera plana de prensa con una noticia terrible: Suspenden a Bancafé. Al día siguiente, este ingeniero tomó un vuelo a Miami con la esperanza de recuperar sus fondos en el Hemisphere Bank, uno de los bancos a través de los cuales operaba BIB en EE. UU. El boleto le costó mil dólares. Iba pálido, desorientado y aterrado en el trayecto.
Recién había cumplido 30 años y su balance en BIB era de US$23 mil. Trabajaba en una empresa importadora y parte de su salario se lo depositaban en la offshore. El resto era producto de la venta de un terreno heredado.
Contreras estuvo tres días en Miami, haciendo fila detrás de otros depositantes guatemaltecos, pero el banco no los atendió. Al regresar a Guatemala, logró recuperar los Q100 mil que tenía en Bancafé local. Obtener ese dinero le dio una calma momentánea, pero tras dos meses sin noticias de BIB, la ansiedad aumentó.
Recuerda que los rumores eran tan fuertes que su familia completa, todos clientes de Bancafé, retiraron su dinero. Eso fue tres meses antes del cierre. Él se prometía a sí mismo que haría lo mismo cada semana, pero todo se quedó en intenciones.
Le gusta pensar que recuperará el 80 por ciento de sus fondos, pero admite que perdió la esperanza en marzo de 2013, cuando el fiscal Saúl Sánchez desistió de reclamar los US$21 millones disponibles en el Fopa. Tomó dos días de sus vacaciones para asistir a la audiencia donde se llevó la mayor decepción de su vida.
“No confío en el sistema bancario. Siento mucha impotencia porque no hay leyes que me protejan como cuentahabiente. Ese dinero lo ahorré, lo necesitaba y aún lo necesito. Pero ya no cuento con él”, concluye.
EL ABOGADO
Rodrigo Vielmann de León comienza con una extensa explicación de porqué la SIB siempre supo de los problemas de Bancafé y BIB, y asegura que las autoridades bancarias son responsables de lo sucedido. Vielmann conoce el caso a fondo porque tras la suspensión, este abogado presentó un amparo en nombre suyo y de 40 cuentahabientes con el que intentaron liberar sus fondos.
Esas 40 personas sumaban pérdidas de más de US$3 millones y él le cobró una “módica contribución” a cada uno por presentar la acción legal. Ahora no revela cuánto recolectó, pero unas víctimas mencionan cifras desde Q2 mil hasta US$2 mil por persona.
Los fondos que perdió Vielmann estaban en una cuenta a nombre suyo, de su madre y de su hermana. Correspondían al seguro de vida de su padre, Rodolfo Vielmann Castellanos, miembro del Partido Patriota (PP) y expresidente del Colegio de Abogados, quien fue asesinado en ese mismo 2006.
Él no solo puso su recurso en las Cortes, también intentó tener incidencia política en el caso. Recuerda que logró que los entonces diputados, Roxana Baldetti y Gudy Rivera citaran a Willy Zapata al Congreso y pidieran cuentas de lo sucedido. Los congresistas se comprometieron a apoyar el caso si ganaban las elecciones de 2007, pero ese año fueron derrotados por la Unidad Nacional de la Esperanza.
El abogado también tuvo militancia política propia en el PP. En las elecciones de 2007 fue electo diputado, pero se trasladó al Ministerio de Relaciones Exteriores donde fue nombrado Vicecanciller.
Tras perder el amparo, se dio por vencido y optó por dedicarse a su vida de político, diplomático y profesional. La más afectada fue su madre, quien dependía de la herencia tras enviudar.
A LA ETERNIDAD
La espera continúa. A la fecha todos los cuentahabientes han recuperado al menos el 20 por ciento de sus depósitos, pero la última vez que recibieron un pago fue en 2015. El MP insiste en que no se pueden reclamar fondos hasta que exista una condena firme.
Sin embargo, el caso continúa estancado en primera declaración, celebrada en diciembre de 2011. Los sindicados siguen sumando años en prisión sin siquiera haber llegado a juicio, otros continúan prófugos y Willy Zapata nunca les ha respondido. Mientras tanto, los clientes de BIB esperan.
LOS HONORARIOS DE PWC
Una de las principales quejas de los cuentahabientes estafados son los honorarios cobrados por PriceWaterhouseCoopers (PwC) a lo largo de la última década. PwC es la firma designada por la Alta Corte en Barbados para llevar a cabo la liquidación de BIB y la entrega de los fondos. El malestar se debe a que se cobran de los fondos de las víctimas, pero ninguna tiene una cifra exacta de cuánto.
Tras semanas de insistencia, las autoridades de PwC no accedieron a dar entrevista a este diario. Sin embargo, La Hora tuvo acceso a los primeros tres informes que rindieron ante la Corte y el más reciente, presentado el 15 de julio de 2011, detalla sus cobros a esa fecha. Según el documento, recuperaron US$52.6 millones, de los cuales pagaron US$36.1 millones a los clientes. A esa fecha, PwC había cobrado US$8.4 millones.
Los US$8 millones restantes son la reserva que mantienen para seguir con la investigación y el litigio del caso. La Hora solicitó los informes posteriores a PwC, quienes los ofrecieron, pero tampoco fueron entregados.