Pbro. Mauro Verzeletti, cs
Director de la Casa del Migrante Guatemala y El Salvador
Partían en caravanas con la mirada puesta en el horizonte, con los sueños más bellos de un mañana con dignidad y vida plena. Las carreteras pasaron a ser parte de las historias de vida de personas que cansadas mirando el asfalto gris, sentían la sensación de que nunca llegarían a la meta final. Más que hacer la simple acción de caminar, eran vidas que estaban en juego en las veredas y fronteras. Las historias de vida quedaron escritas con las huellas de sus pies estampadas en el suelo con cada paso dado. Su objetivo concreto de alejarse de la muerte para construir un nuevo sueño de vida era el gran anhelo grabado en el corazón de cada peregrino de la esperanza.
Pasamos de carreteras vacías debido al COVID-19 a tener grandes caravanas en tiempos de pandemia, y cada día repuntan en las fronteras con pitos y banderas, gritando contra algo que parece más grande, el huir del hambre que mata de forma lenta y cotidianamente, ante esta situación, migrar se vuelve un mecanismo de protección en la búsqueda de la sobrevivencia, tratando de olvidar todo un pasado de terror en el país de origen.
Son personas de todas las edades, vientres maternos cargando fetos, muchedumbres que están en la carretera, algunos se caen y son pateados por las botas del orden opresor, la sangre que brota de los caídos tiñe la carretera. Pobre carretera que todo lo ve impasible, sin poder hacer algo contra la brutalidad de la fuerza desproporcionada.
El muro del siglo XXI está puesto en dos dimensiones, fisco y humano; pues los ojos enormes de trabajadores migrantes y sus familiares ven asombrados y atónitos el desarrollo de la situación de los ojos que observan el horizonte soñado para encontrar la luz al final del túnel, mientras se enfrentan a situaciones que no son correctas ni dignas del humanismo. La fuerza desproporcionada que impera sobre la dignidad humana de los pobres y olvidados por el sistema en tiempos de pandemia, hace pensar que son vagabundos, violentos y criminales. Los migrantes intentan gritar contra la fuerza del poder opresor del orden para que los escuchen y sin tener eco en sus clamores prefieren callarse por un momento sin perder la esperanza del sueño anhelado, mientras se unen aclamando en coro en una sola voz, volveremos con más fuerza.
Bendito será el día en que la niñez y adolescencia puedan vivir en paz y contar con el calor de un hogar y una patria segura, sin temor de enfrentarse a los tremendos dramas de la violencia en la ruta migratoria, con los pies lastimados, hambrientos y necesitados de protección, sin ser violentados en su derecho superior.
Las políticas migratorias punitivas se han incrementado en los últimos años en la región, la contención ha violado los derechos humanos e imposibilitado los debidos procesos, y la criminalización sólo contribuyo en agravar la crisis humanitaria de migración y refugio en lugar de promover políticas bilaterales y multilaterales de corresponsabilidad que atiendan las causas estructurales de las migraciones forzadas y atiendan de manera adecuada la protección de las personas ante los riesgos de la pandemia por COVID-19.